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En los márgenes de lo que fui

No siempre se elige el tema
con el que se empieza a escribir.
A veces es el propio tema el que te elige.
Se aparece en medio del insomnio,
en una conversación al aire,
en una renuncia inesperada.
Se instala como una incomodidad que no se va.
Y aunque intentes escribir de otra cosa, vuelve.
Porque sabe que es el punto de partida.
Aunque no lo parezca.
 
Este texto no es sobre una ruptura.
Ni sobre una pérdida.
Ni siquiera sobre una reinvención.
Es sobre ese momento exacto en que algo dentro de ti cambia
y no puedes fingir que no pasó.
 
Cuando lo interno se rompe en silencio.
 
Hay días en los que el espejo
devuelve una imagen conocida, pero lejana.
Los ojos son los de siempre; el fondo ya no.
El cuerpo es el mismo,
sólo que el alma cambió de idioma.
 
No es drama. Tampoco es crisis.
Es una transformación silenciosa.
Un quiebre sutil.
Una mudanza interior que no se celebra
con fiestas, ni se publica en redes.
Una certeza que incomoda: 
ya no eres quien eras...
y todavía no sabes quién vas a ser.
 
No siempre hay un evento trágico.
A veces no hay pérdida visible,
ni ruptura oficial.
Mucho menos una despedida anunciada.
Sólo un día en que lo de antes ya no acomoda,
y lo de ahora no termina de.
Lo que te hacía feliz, ya no alcanza.
Lo que tolerabas, ahora pesa.
Lo que sostenías, hoy suelta.
 
Y, sin embargo, el mundo sigue girando;
exigiendo productividad, certezas y sonrisas.
Como si no doliera estar en pausa.
Como si no costara salir de los lugares
donde aprendiste a quedarte:
por miedo, por costumbre
o por amor no correspondido.
 
Nadie habla de este tipo de pérdida.
No hay rituales para nombrarla.
No hay abrazos para quien se siente ajenx.
No hay permisos para el desconcierto.
 
Pero, ahí está:
esa tierra intermedia entre lo que se fue
y lo que aún no llega.
Ese margen sin nombre,
aunque lleno de verdad.
Donde no se es del todo,
pero tampoco se está rotx.
Sólo habitando una piel que se transforma.
Sólo viviendo el duelo de dejarse ir.
 
Estar en los márgenes de lo que se fue
no es quedarse atrás.
Es comenzar
–sin prisa, sin nombre aún–
a encontrarse otra vez.
 
Aunque todo afuera parezca igual,
tú ya no lo sientes así.
Y no sabes si eso es
madurar, despertar, rendirte…
o empezar de nuevo.
 
Hay transformaciones que se notan:
un corte de cabello, un cambio de ciudad,
una mudanza emocional.

Las evoluciones silenciosas

Algunas transformaciones se notan.
Otras son más sigilosas.
No hacen ruido, pero lo remueven todo.
Te reacomodan por dentro,
aunque por fuera sigas en los mismos lugares.
 
Cambiar no siempre es visible.
A veces sólo se manifiesta en algo que ya no encaja.
Ya no te nace reír en los mismos sitios.
Te pesa quedarte donde antes fluías.
Y ciertas conversaciones ya no te alcanzan.
 
No tiene nombre, pero lo sentimos.
 
A muchas personas les pasa.
Pero casi nadie lo dice en voz alta.
 
No hay un nombre claro para esa incomodidad interna
que brota cuando tu identidad,
tus vínculos o tus prioridades
se reordenan.
Algunos le dicen crisis.
Otros lo llaman duelo.
Otros más, crecimiento.
En realidad, parece una mezcla de todo.
 
Hay quien nota el cambio en sus vínculos:
ya no se siente a gusto en amistades que antes sostenía con entusiasmo.
Hay quien empieza a cuestionar lealtades que parecían inquebrantables.
Hay quien descubre que lo que daba por hecho
–su plan de vida, su forma de amar, su red de apoyo–
ya no tiene el mismo sentido.
 
Y eso, aunque sea parte del crecimiento, duele.
Porque lo que no se dice sobre cambiar, es que en el camino también se pierden certezas.
Que a veces, para encontrarte, tienes que pasar por momentos donde no sabes quién eres.
Que hay lazos que se desgastan cuando ya no sostienes desde el mismo lugar.
Y que, aunque parezca contradictorio,
madurar puede ser profundamente solitario al principio.
 
Elegirte no debería doler. Pero a veces pasa.
 
No es drama.
No es una etapa.
Es parte del proceso de priorizarte.
De dejar de quedarte donde sólo te valoraban cuando te anulabas un poco.
De dejar de encajar a la fuerza en espacios donde ya no cabes.
 
Y sí, da miedo.
Porque anteponerse por primera vez puede sentirse como una traición…
hasta que entiendes que lo verdaderamente injusto fue haberte postergado tanto tiempo.
 
Este texto no es una advertencia.
Es un recordatorio:
Si estás cambiando,
aunque el mundo te siga tratando como la persona de antes,
estás en el camino correcto.
No porque tengas todo claro, sino porque empezaste a escucharte.
Y a veces, eso basta para empezar a reconstruirte desde otro lugar.
 
Para quienes estamos cambiando por dentro.
 
No todas las pérdidas tienen nombre.
Hay despedidas que no se dicen en voz alta.
Hay duelos que nadie más nota,
pero que te cambian la forma de habitarte.
 
Y un día, sin hacer ruido, comienzas a escribir desde ahí.
Desde ese vacío que ya no intentas llenar, ni distraer; sólo aceptar.
Desde esa verdad que no cabe en los lugares donde antes te encogías.
 
Porque crecer también es aprender a no explicarte tanto.
Es encontrar palabras nuevas para las cosas que antes dolían en silencio.
Es mirar atrás y entender que no fue tiempo perdido, sino raíces abriéndose paso.
 
Y si alguien más se reconoce en lo que lee aquí,
es porque también está cambiando por dentro.

Así que si hoy te sientes entre dos versiones de ti:
no estás solx.

Aquí seguimos, aunque a veces cueste.
Habitándonos distinto.
Pero sin dejar de intentarlo.
 

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1 comentario


Totalmente de acuerdo, el cambio es un monstruo al que le tenemos miedo, porque sabes que en parte es dejar de ser lo que pensé que yo era!

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