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Culiacán, marcha por la paz

Hoy, Culiacán se vistió de blanco.
Más de veinte mil personas
-según cifras periodísticas y ciudadanas-
caminaron por las calles para
reclamar paz, memoria y justicia.

No fue una marcha de rutina
ni un acto simbólico vacío:
fue la reiterada exigencia al gobierno,
tanto estatal como federal,
de que se reconozca la violencia que persiste;
de que se deje de minimizar y se responda.
Porque decir que “no pasa nada”
o que todo está bajo control
no hace desaparecer el miedo,
ni la sangre derramada,
ni la incertidumbre que pesa en cada hogar.

La violencia no tiene horario.
No respeta espacios
que deberían ser intocables:
hospitales, escuelas,
calles que se han teñido de rojo
más veces de las que queremos recordar.

A la marcha acudieron quienes
han perdido familias, negocios y sueños;
quienes no callan el dolor y lo visibilizan.
Desde la virtualidad, fue acompañada
por quienes un día se armaron de valor
e hicieron maletas para ir en búsqueda de paz,
esa que les fue arrebatada por
la violencia implacable.
Y, también, por quienes permanecemos
a la expectativa, elevando todas las noches
una plegaria al cielo para no recibir malas nuevas.

Fue esa misma mancha humana
la que se entrelazaba con mantas
que representan el clamor social
y con afiches con rostros de
personas desaparecidas,
recordando que la exigencia
no es sólo simbólica:
es un grito vivo que reclama acción.

Para quienes vivimos fuera,
el alma queda en un hilo.
Aunque nuestros cuerpos estén lejos,
el corazón y la mente siguen allí,
con la familia y con la memoria
de los lugares que nos formaron.

Recuerdo perfectamente cuando mi mamá,
quien trabajó por más de veinticinco años
en el Hospital Civil de Culiacán,
me llevaba con ella al trabajo,
esperándola a que terminara su turno.
Ahora, al ver que esos mismos espacios
son dilapidados por la violencia, duele.
Porque son testigos de lo que hemos perdido
y de lo que sigue en tela de juicio.

La vida es un lienzo que se va ilustrando
con todos los colores, incluida la escala de grises.
A veces nuestro camino
se vuelve un sendero intransitado,
donde las suelas se adhieren al asfalto
en rectas que parecen no terminar nunca.
E incluso en la oscuridad más densa,
tras luchas que muchas veces no compartimos, logramos vislumbrar un halo
impulsado por la fe, por la supervivencia,
por quienes extienden su mano y aprietan fuerte.

Justamente eso pasó hoy:
la marcha estuvo colmada de
memoria, resistencia y esperanza consciente.

Fue decir en voz alta que
la violencia no será nunca normalizada,
mucho menos después de un año consecutivo
en el que no ha dado tregua.

Fue subrayar que el dolor no callará;
que no habrá permiso para que sigan
arrebatando la tranquilidad y la vida entera.

Fue solidaridad y empatía.

Como decía Galeano:
“habrá que dejar el pesimismo
para tiempos mejores.
Hoy más que nunca es preciso soñar.
La realidad no es un destino,
es un desafío que nos invita a resistir,
a rebelarnos, a imaginarnos el futuro
en vez de vivirlo como una penitencia inevitable.”

Y los Culichis, dentro y fuera de la ciudad,
en eso estamos:
resistiendo, rebelándonos e imaginándonos
el futuro como realidad y no como tormenta.

PAZ PARA SINALOA 🕊️🤍

 
 
 

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