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Cartografía emocional

Hay etapas en las que la humanidad parece atravesar un mismo nudo emocional.
Momentos en los que lo cotidiano pesa un poco más y los días no fluyen como antes.
Algunas personas lo relacionan con un bache; otras, como agotamiento emocional.
Pero hay quienes simplemente no encuentran el nombre exacto
para esa sensación de estar -pero no del todo-.

Se extraña: a quienes ya no están; a quienes, estando, ya no se sienten cerca.
Y también a la versión propia que parecía más plena, más presente, más entera.
La mente y el ánimo se dispersan,
mientras el cuerpo intenta cumplir con su parte,
como si funcionaran en planos distintos.
Es un desgaste interno, silencioso, que no siempre se nota desde fuera,
pero que se carga con fuerza desde adentro.

Y es que hay una exigencia constante de mostrarse bien.
De seguir el ritmo. De no detenerse.
La vida no da tregua, y en ese vértigo, parar pudiera sentirse como quedarse atrás.
Pero ¿detrás de qué? ¿del tiempo, de los demás, de uno mismo?
En esa pausa forzada, surgen preguntas. Muchas. Profundas. A veces incómodas, inclusive.

Se duda de lo elegido; se revaloran afectos; se revisitan aspectos físicos y emocionales.
Hay vínculos que, aunque cerca, se sienten lejanos;
y otros que, en la distancia, se logran sostener y fungir como conexión a tierra.
No es fácil habitar esa contradicción.

Pero también hay algo valioso en ese proceso:
el descubrimiento de una forma distinta de sentir acompañamiento.
En medio de la confusión, se encuentran gestos, personas, memorias y afectos que reconstruyen.
Aparecen quienes, sin decir mucho, saben estar.
Y entonces, ese estado de desajuste, empieza a encontrar abrigo.

No se trata de romantizar la tristeza, ni de exigir claridad inmediata.
Se trata de aceptar que hay ciclos dónde no todo encaja, pero que igual valen.
Porque algo se aprende incluso en lo que descoloca.
Y quizás ahí, en esa vulnerabilidad compartida,
en esa humanidad a flor de piel,
haya una parte esencial de lo que somos.

Hay quienes hoy atraviesan ese tramo, y no están solos.
Aunque el camino sea confuso,
aunque no se tenga claridad en el rumbo,
el sólo hecho de reconocerlo ya es, en sí mismo, un paso.
No se trata de tener todas las respuestas, sino de mantenerse mientras llegan.

Y, tal vez, al final del día, eso es lo que importa:
no evitar el sentir, sino atreverse a nombrarlo y seguir caminando con ello;
con dignidad, con verdad, con esperanza.

Pese a que muchas veces no sepamos cómo denominarlo con exactitud,
muchas personas viven ese mismo desfase:
entre lo que sienten, lo que muestran y lo que se espera de ellas.

Hay días en los que el cansancio no viene del cuerpo, sino del alma.
Y, a veces, simplemente no se sabe si es agotamiento... o tristeza.

Pero si algo puede aliviar un poco ese tránsito,
es saber que no se camina en soledad.
Que lo que sentimos no es debilidad, sino humanidad.
Y que siempre hay alguien más del otro lado, en otro lugar, quizá en otro tiempo,
intentando comprender también lo que le pasa ahí dentro.

Este texto es para esas personas.
Para quienes han sentido que la vida les pesa más, sin una razón clara.
Para quienes extrañan sin nombre y piensan que nadie lo entendería.
Para quienes no saben del todo qué están atravesando, pero no quieren rendirse.

Aquí estamos.
Tirando también de la cuerda.

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2 comentarios


Invitado
13 jun

Buena reflexión, creo que a veces el consumismo, las redes sociales nos hace olvidar lo verdaderamente importante, que es mi persona, la familia y la salud.

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Ofelia Acosta
13 jun

Excelente reflexión, en estos tiempos nos hacen revalorar las personas que están con nosotros y no se rinden, gracias por compartir

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